Actitudes rebeldes y desafiantes.
Incluso aquellos adolescentes que convivieron bien con su enfermedad durante la infancia pueden sentir el deseo de llevar una vida normal, sin tratamientos ni limitaciones. Esta es una reacción completamente normal. Algunos adolescentes que han aprendido a controlar su enfermedad se sienten tan sanos que se llegan a cuestionar si necesitan continuar con el tratamiento.
No hay ninguna duda de que la adolescencia puede resultar mucho más difícil cuando se tiene que hacer frente a un problema de salud crónico. Aparte de las presiones sociales por "encajar" y ser aceptado por el grupo de pares, éste es un período de aprendizaje sobre el cuerpo. Es comprensible que, de vez en cuando, un adolescente sienta que no pueda más y que está harto de tener que vivir con la diabetes. No obstante, es muy importante hacerle entender la importancia de continuar con el tratamiento con el objetivo de evitar posteriores complicaciones.
Relación con los pares.
La separación progresiva de los padres se acompaña con la identificación integración en un grupo de amigos y compañeros. El que un adolescente forme parte de un grupo, o de otro, está en función de los intereses comunes, de las semejanzas en formas de pensar, comportamiento y maneras de entender la vida.
En esa búsqueda de puntos en común la diabetes puede ser entendida como algo disonante, como una característica que en lugar de unir diferencia al adolescente de los demás. Pero no sólo eso: el tratamiento de la diabetes conlleva una serie de cuidados que normalmente no forman parte del quehacer diario de los jóvenes. Esto puede dificultar la integración en el grupo y puede hacer que chicos y chicas con diabetes oculten su enfermedad por miedo al "que dirán". En ese afán de ser iguales a los demás pueden llegar a no inyectarse insulina para que no los vean o tener comportamientos extremos para que no los señalen como enfermos o minusválidos (fumar, beber alcohol en exceso, etc). También comienza el interés por la elección de una pareja y la diabetes puede ser una fuente de estrés y pensamientos del tipo "quien me va a querer a mi con lo que tengo" o "tendré que ocultarlo o nadie me querrá", etc.
En el grupo de iguales es donde existe una mayor presión social para llevar a cabo conductas inapropiadas para la enfermedad y va a ser decisiva la capacidad de los adolescentes para desenvolverse en esas situaciones: ser capaces de decir "no", ser asertivos, congruentes con sus comportamientos, resistir a las presiones, etc.
Normalmente la respuesta del grupo suele ser buena y depende mucho de la actitud que tome el joven a la hora de exponer y explicar lo que le ocurre.
Fuente: Rev Diabetes.
Incluso aquellos adolescentes que convivieron bien con su enfermedad durante la infancia pueden sentir el deseo de llevar una vida normal, sin tratamientos ni limitaciones. Esta es una reacción completamente normal. Algunos adolescentes que han aprendido a controlar su enfermedad se sienten tan sanos que se llegan a cuestionar si necesitan continuar con el tratamiento.
No hay ninguna duda de que la adolescencia puede resultar mucho más difícil cuando se tiene que hacer frente a un problema de salud crónico. Aparte de las presiones sociales por "encajar" y ser aceptado por el grupo de pares, éste es un período de aprendizaje sobre el cuerpo. Es comprensible que, de vez en cuando, un adolescente sienta que no pueda más y que está harto de tener que vivir con la diabetes. No obstante, es muy importante hacerle entender la importancia de continuar con el tratamiento con el objetivo de evitar posteriores complicaciones.
Relación con los pares.
La separación progresiva de los padres se acompaña con la identificación integración en un grupo de amigos y compañeros. El que un adolescente forme parte de un grupo, o de otro, está en función de los intereses comunes, de las semejanzas en formas de pensar, comportamiento y maneras de entender la vida.
En esa búsqueda de puntos en común la diabetes puede ser entendida como algo disonante, como una característica que en lugar de unir diferencia al adolescente de los demás. Pero no sólo eso: el tratamiento de la diabetes conlleva una serie de cuidados que normalmente no forman parte del quehacer diario de los jóvenes. Esto puede dificultar la integración en el grupo y puede hacer que chicos y chicas con diabetes oculten su enfermedad por miedo al "que dirán". En ese afán de ser iguales a los demás pueden llegar a no inyectarse insulina para que no los vean o tener comportamientos extremos para que no los señalen como enfermos o minusválidos (fumar, beber alcohol en exceso, etc). También comienza el interés por la elección de una pareja y la diabetes puede ser una fuente de estrés y pensamientos del tipo "quien me va a querer a mi con lo que tengo" o "tendré que ocultarlo o nadie me querrá", etc.
En el grupo de iguales es donde existe una mayor presión social para llevar a cabo conductas inapropiadas para la enfermedad y va a ser decisiva la capacidad de los adolescentes para desenvolverse en esas situaciones: ser capaces de decir "no", ser asertivos, congruentes con sus comportamientos, resistir a las presiones, etc.
Normalmente la respuesta del grupo suele ser buena y depende mucho de la actitud que tome el joven a la hora de exponer y explicar lo que le ocurre.
Fuente: Rev Diabetes.
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